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Regla, marzo de 2016.

 

Son las cuatro de la tarde, caminamos por la Habana Vieja, fuimos al Museo de la Revolución y tomamos una Bucanero. Nos preguntamos si aún estamos a tiempo de ir a Regla. Vamos al puerto, nos dicen que los barquitos regresan hasta las 12 de la noche.

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Media hora más tarde estamos en Regla. Escuchá, me dice Fran. Silencio. Un pequeño pueblo, mucho calor, casi no hay sombra. Los ruidos de los autos de La Habana desaparecieron.

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Caminamos por la calle principal que desemboca en el cementerio. Empezamos a ver otra Cuba. En casi ningún lugar aceptan CUC, solo moneda nacional.

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Pasamos por la plaza principal. Este pueblo tiene cine, me sorprendí. Mi ciudad natal, bastante más grande que Regla, hace años que dejó de tener cine.

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Encontramos una escuela, pido pasar. El cuidador primero dice que no, luego me da charla y termina invitándome a conocer el lugar. La escultura de Martí, que está en cada escuela, hospital, comisaria. El mural martiano en la pared de un aula, y una pintada con su cara en la pared del patio. Fidel y el Che también presentes.

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Mientras yo saco una foto en el patio, Fran me dice: nos están llamando.

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Una vecina nos ve entrar y está enojadísima. No con nosotros, sino con el cuidador. Tú tienes que cuidar que nadie entre, le dice. Luego nos mira y nos dice: no es culpa de ustedes muchachos, es su responsabilidad.

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Intento hacerme cargo de la situación. Yo insistí en pasar, le digo. No, mi amor, no te preocupes, me dice la señora.

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El cuidador es mayor y escucha poco, así que llega un momento en que estamos todos a los gritos. Volvemos a pedir disculpas, intentando que la señora deje de retar al hombre. Algunos vecinos se acercan, y al ver que solo estamos conociendo, la cosa se calma.

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Seguimos caminando. Frente a la plaza principal del pueblo, un mural dice “No se preocupe, es solo arte en la calle”, y delante del mural, cuatro señores sentados charlando y fumando. Me acerco, pido permiso para sacar una foto y ellos posan, contentos. Empezamos a charlar. Cuatro horas después estamos ahí tomando cerveza y ya somos unos diez.

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Osvaldo Candelario Pedrosa Gómez (apodado El Mexicano) dirige la batuta, mientras charlamos les pido grabar, y él me presenta al resto y les pide que cuenten anécdotas, que hablen de la Revolución.

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Raúl “Coco” Rodríguez cuenta que era pelotero de las grandes ligas, de Occidentales, allá por el 58. Dice del Che: Yo lo conocí, me ayudó. Lo conocí en la fábrica de ladrillos. Llegó y se puso a trabajar. Era el médico de Fidel.

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Julio Pablo habla lento, a un costado, con Francisco, evita un poco el griterío del resto, en un momento me mira y me dice: Estuve en la guerrilla en la Sierra Maestra, conocí al Che, a Menoyo, a Cubela, uno de los hombres de confianza del Che.

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Y recita: El Che murió en Bolivia, con una estrella en la frente, alumbrando el continente de la América Latina.

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El mexicano, bastante entrado en copas, me dice: Mi padre fue escolta del Che Guevara, se mantuvo desde los 17 años, cuando el che lo recogió hacia la Sierra Maestra, era camagueyano, mi padre tenía 22 años cuando estaba en la Sierra Maestra con el Che, que lo ascendió a capitán, y lo puso como su escolta principal.

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Le pregunto el nombre de su padre: Osvaldo Pedro Sánchez, me dice.

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Entre cigarro y cigarro, pasan los vecinos, saludan y algunos se suman al encuentro.

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Se suma el Flaco Orlando, y escuchando cómo venía la charla, me cuenta: En la lucha de Girón, tenía 15 años, cumplí los 16 ahí. Las emboscadas que nos hicieron a nosotros no fueron fáciles. A mí me mataron el primo mío, por salvarme la vida a mí. Yo era jefe de escuadra. Yo pensaba que iba bien por un lugar que no estaban ellos, y estaban escondiditos atrás de las matas, de los pinos. La suerte es que el primo mío ve una cosa que se movía, y me hizo así con el brazo y me tiró pal piso. Pero al que lo mató a él, me lo eché yo. Él pensaba que toda la escuadra se había salido, y yo estaba escondido. Le eché el cargador completo. Esto es por mí y por mi primo.

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Los demás asienten, cuentan más historias.

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El mexicano vuelve a hablar: Te voy a hablar del comandante, ese fue lo máximo que hubo acá en esta historia, desde que vino de allá de México, con toda su comarca de combatientes. Gracias a él, nosotros estamos vivos, ese fue lo máximo que hubo en la revolución, Fidel Castro Ruz. Ese hombre tiene sentimientos, tendrá sus defectos, como tiene cualquiera en este mundo, pero ese hombre fue fiel aquí a la cosa. El día que se nos vaya ese hombre, el mundo entero lo va a velar.

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En ese momento el pescador, más joven que el resto, y recién incorporado a la ronda, aún parado y sosteniendo la bicicleta, lo interrumpe: Ha dedicado toda su vida a la Revolución, a su patria.

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Noventa años cumple ahora, dice el flaquito. Ese tiene una memoria, igualito a nosotros.

No se preocupe, es solo arte en la calle

Osvaldo Candelario Pedrosa Gómez (apodado El Mexicano)

Raúl “Coco” Rodríguez

Julio Pablo

El pescador

El flaco Orlando

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