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Volcán de Fuego. Guatemala. 2017

Llegamos a la ciudad de Antigua: colonial, prolija, muy llena de turistas, una Guatemala bien distinta a la que veníamos viendo. Nos habían recomendado visitar el Volcán Pacaya, pero al averiguar nos enteramos que subiendo al volcán Acatenango podíamos ver erupciones del Volcán del Fuego, cambiamos de idea.

Al otro día, a las 9 h. estamos camino a la aventura. Llegamos a un lugar donde nos encontramos con los demás que suben con nosotros. Tomamos un chicken bus (una especie de bus escolar) lleno de extranjeros no latinoamericanos, y un bahiense, un grupo enorme de Israel, y otros de Canadá y Alemania.

Llegamos a la entrada del Parque Acatenango, nos dan unos palos para ayudarnos en la subida. Vamos bastante cargados: abrigo, bolsa de dormir, aislante, 10 litros de agua para los dos, comida, una petaca de quezalteca, cámara y trípode.

La primer parte de la subida es muy arenosa, “caminas tres pasos y retrocedes dos”, dice Melvin, el guía que nos acompaña. Es árido, hace calor, y cuesta respirar bien para los que somos fumadores y acostumbramos vivir en la llanura.

Paramos un momento para comer una fruta y seguir. Una parte del grupo, muy entrenado, va  adelante. Normalmente se tarda entre 5 y 7 horas, Melvin nos cuenta que una vez subió con un chico de India que tardó 12.  Llegaron de noche. También nos cuenta que cada tanto se hace una carrera de guías, y que él salió sexto el año pasado, tardó en subir y bajar 2 horas y algo. El ganador tardó 1 hora con 58 minutos. Conocen el camino de memoria y son muy ágiles.

Luego de una hora y media, nos encontramos con tierra un poco más firme y el paisaje cambia, entramos en el bosque y está más fresco. A la hora, paramos a almorzar, un sándwich, un huevo duro, y agua.

Seguimos camino, es agotador, me empiezan a doler los tobillos, pero por suerte la respiración la tenemos más controlada, y vamos a un ritmo lento pero contínuo. Subimos, subimos, subimos, hasta que empezamos a rodear el volcán, a la izquierda vemos el Volcán de Agua. Hermosa vista: el bosque, el cielo despejado.

De un momento a otro, en una curva lo vemos, ahí está el Volcán de Fuego, humeando.

Un poco más, nos dice Melvin, una última subida, y estamos. A las 18 h., después de 6 horas y media estamos en la zona de acampe, a 3700 metros sobre el nivel del mar. El volcán nos recibe con una erupción hermosa, fuego, explosiones, piedras y lava corriendo por la montaña.

Nos cambiamos de ropa y nos abrigamos. Nos fumamos un cigarrillo junto a la fogata.

Ya con las carpas armadas y las cosas dentro, Melvin comienza a pedirnos agua a cada uno para preparar las sopas instantáneas que llegan justo cuando el frío se empieza a sentir. Luego de eso, chocolate caliente de agua, con unas galletas que habíamos llevado.

Durante todo ese tiempo, la vista en el Volcán de Fuego, la cámara preparada. Las explosiones no dejaban de sonar y el fuego de salir.

Realmente, un espectáculo de la naturaleza que jamás en mi vida pensé que iba a ver. Le comento al hermano de Melvin, y se asombra, él ve esto todos los días. En Guatemala tienen 37 volcanes, tres de ellos activos.

Me cuenta que existen distintos tipos de volcanes. Algunos son como el volcán de Fuego, que todo el tiempo está en actividad, tirando rocas de fuego sin destino exacto, por lo que es peligroso escalarlo. Otros, como el Pacaya, están a veces en actividad, pero de ellos solo sale lava, por lo que se generan caminos por donde baja, es más fácil escalarlos, y llegar a lugares desde donde ver la lava bien de cerca. Le comento que íbamos a ir ahí primero, pero que desistimos porque ahora no estaba en actividad.

De golpe, una tormenta, que hace rato nos está dando buena luz para sacar fotos, se empieza a acercar. El guía nos cuenta que hace una semana nevó y que tuvieron que bajar a toda la gente. También me habla de las 6 personas que fallecieron en enero en el Acatenango. Entró un viento fuerte, les voló la carpa y tuvieron que resistir el frío a la intemperie. Se abrazaron para soportarlo, y esperaron que se haga de día para que suba la temperatura, pero en vez de subir, bajó. Algunos de ellos comenzaron a bajar, pero no había una buena visibilidad, y murieron en el camino. Los otros, de hipotermia.

Nos quedamos un rato largo charlando frente a la fogata y mirando el fuego del volcán. Le cuento lo que hicimos en Guatemala. Me relata sobre su familia y su trabajo, que los volcanes no afectan actualmente a poblaciones vecinas, que está controlado, pero que sus padres le contaron que hace unos 50 años tuvieron que evacuar sus casas y que la ceniza cubrió un metro el pueblo.

Vemos cómo el Volcán del Fuego erupciona, es impresionante el fuego bajando por la ladera del volcán.

Va a empezar a llover, dice Melvin. Varias personas están a la intemperie con su bolsa de dormir mirando el espectáculo. Nos pide a todos que entremos a nuestras carpas. Empieza a llover de golpe, muy fuerte. Los 5 de la carpa estamos sin poder dormirnos, pero en silencio. Se oye el viento, la tormenta, el volcán.

A la mañana siguiente, a eso de las 5.30 h., nos levantamos. Sin embargo no podemos ver el amanecer porque está nublado.

Desayunamos y empezamos a bajar. Las primera hora es fácil: rodeamos el volcán.

Mucho del piso es barro y luego piedra y arena. Las rodillas cansadas, es fácil resbalar. Después de tres horas, a ritmo bastante lento, llegamos de vuelta: chocamos las manos, nos damos un beso, y más tarde tomamos una cerveza para festejar que subimos al Acatenango.

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